lunes, 20 de septiembre de 2010

el mercado


Dicen que más vale una imagen que mil palabras, y es que un mercado es una cosa y a la vez mil.


En días de mercado se percibe el ajetreo de todo tipo de gente: cultura, raza, sexo y edad no importan en este lugar. Los amables vendedores ríen junto a sus clientes mientras muestran sus mejores productos. Productos de casa, de calidad, autóctonos, en los cuales se percibe hasta el cariño con el que los han tratado. 


Esos productos son la esencia misma  del mercado: su razón de ser. Sin el intercambio de esos productos y el movimiento de dinero el mercado no existiría, pero a diferencia de los grandes supermercados a los que estamos acostumbrados hoy en día en estos lugares reina un ambiente especial.



No se trata de mero capitalismo, de vender y luchar como tiburones por el máximo beneficio. Aquí hay humanidad. Calor. Amabilidad y trato entre personas, sea cual sea su origen, manera de pensar y cultura.

Nos encontramos en un mar de colores, texturas, incluso de sabores y olores. Todos los sentidos tienen cabida en el mercado. Y es que de eso se trata. De ser humano y no dejarse arrastrar por la perfección de la fría máquina capitalista. Las cosas se pueden hacer de muchas maneras, incluso se pueden hacer bien. Con trato humano y con cariño. Cualquier mercado tradicional es prueba de ello. 

Será por ello que los niños, los abuelos, los señores y las madres sonríen más en este tipo de mercados. Será porque en este lugar podemos encontrarnos con cualquier cosa: pescado, carne, fruta, conservas, ciclistas, carritos de niños, patines y patinetes, zonas de descanso, risas, incluso monstruos como el de la foto.


 

Se hace duro pensar que lugares así estén sufriendo por subsistir. La lucha contra los desalmados ‘super’ autoservicio, en los que el plástico y la química abundan, está resultando fatal para los mercados tradicionales. Resulta incomprensible, pero en este mundo donde el dinero parece estar por encima de la propia humanidad es lo que toca: resignación.




Aun así, ese trato personal del mercado tradicional se ha ganado una clientela fiel, así que aun no esta todo perdido. Yo, de momento, ahí comprare mis tomates.


martes, 14 de septiembre de 2010

un árbol



Quién sabe que habrá vivido este sauce de cientos de años. Testigo mudo de innumerables acontecimientos a lo largo de su vida. Una vida larga y solitaria, tal vez triste y de ahí el ser un llorón.
Llora de quién sabe que acontecimientos,  quién sabe que historias perdidas ya en la memoria. Demostrando una tristeza inconmensurable provocadas por las finas y elásticas ramas caídas en la distancia. Al acercarnos y observar más detenidamente su mundo interior, la tristeza se torna en alegría debido a la población de numerosísimas hojas pequeñas y doradas que le dan vida.
Y es que estamos ante un árbol de contrastes que se resiste a la pesadumbre. Tristeza y alegría en todos y cada uno de los instantes que dan pie a su existencia. Dureza y rugosidad coexistiendo al mismo tiempo  con movimientos livianos y ligeros, se podría decir que alegres, e incluso sensuales, gracias al viento. A luchar contra la gravedad con posturas imposibles y a moverse con la suave brisa en una danza sensual y eterna.

 
Quizá esa tristeza milenaria no este tan bien fundada y quede lugar a la esperanza. Esperanza viva, verde y alegre.


Con esta práctica he pretendido reflejar esos contrastes que este sauce llorón provoca. Nos encontramos en la ciudadela de Pamplona, fortaleza construida como todas las de su especie para encerrarse y protegerse; y no solamente de un enemigo exterior, como se podría pensar, sino para hacerlo de la propia ciudad. Esta construcción renacentista cubría con sus puntas, baluartes, cualquier ángulo de ataque, incluso los que eran frontera directa con Pamplona. Esto es así debido a que en la época, aun estaba en la mente de los ciudadanos el gobierno de su rey natural, ya que el Reino de Navarra había sido recientemente conquistado. Tal vez sea ese el motivo que provoca las lágrimas de nuestro sauce y la alegría venga dada por la demostración de que haya tiempos mejores


En las imágenes se puede observar los contrates: Las posturas imposibles que los larguísimos brazos forman al luchar contra la propia naturaleza y  la gravedad. La dureza de la textura de dichos brazos. La ligereza y el color de las hojas que se balancean al son del viento. El hábitat interior del propio árbol: cerrado al exterior y con unos tamices increíbles de luz, todo ello mientras que al exterior nos otorga una sensación de tristeza o melancolía…